Entre la indignación y el aguante: Volver mejores (Por Luis Padín)
Son mas de las 2 de la mañana y tengo una máquina que no puedo ni pensar en dormir. Estoy triste, enojado, indignado, asqueado. Los peores hijos de puta, los que apuestan a un país de pocos, los grandes inmorales, protagonistas de corruptelas y entregas de toda laya, brindan esta noche.
El relato cinematográfico del canalla revoleando guita sucia por sobre los muros de un convento, enfierrado y enceguecido en su ambición final, puebla las pantallas del país. La prueba viva de la mentira kirchnerista, vociferan periodistas rentados por los dueños de todas las cosas. El momento no puede ser mas oportuno para el prescindente. Su gobierno es patético, la opción por los grupos concentrados es inocultable, el país es una gran rula en la que las grandes compañías se reparten el esfuerzo del pueblo argentino, que cada día se caga un poquito mas de hambre. El croupier disfruta. Es una partida entre amigos, y solo unos pocos participan.
Y en ese baile impúdico, de a poco empezamos a despertar, y hasta los que sin garantía compraron la última joya del marketing político, empiezan a preguntarse si tras los ojitos claros, casi puros, no se esconde un personero de los más oscuros intereses...'. Y justo entonces, cuando los despidos superan la barrera de la sensación, cuando la guita empieza a escasear en serio, cuando la transferencia de los menos hacia los mas se empieza a volver intolerable, cuando la entrega de soberanía es alevosa, cuando los bombos empiezan a hacerse escuchar nuevamente, cuando la re-significación del pasado reciente se presenta inevitable, la novela policial de moda pretende demostrar que nada vale, que todo esta a la venta en este gran bazar patrio donde desfilan sueños y desengaños por igual.
Y sin embargo, y muy a pesar de la lacra que usufructuó un cargo público en beneficio personal, todavía están los que le pusieron el cuerpo a un proyecto de país inclusivo, los que se cortan una mano antes que tocar un mango ajeno, los que laburaron jornadas eternas en un Estado que, hasta hace pocos meses, supo estar al servicio de los sectores más vulnerables, los que se quedaron sin lágrimas llorando al tipo que les devolvió la esperanza, los que patean los barrios, los que se organizan en la fábrica, los que resisten el ajuste, los que se indignan, los que luchan, los que no simulan lectura de ocasión para no mirar a los ojos al nene que pide un peso en el subte. Y son cientos de miles. Y un traidor hijo de puta (o quince, o treinta y hasta doscientos), que bastardeó con su inmoralidad al proyecto político popular más importante de los últimos 60 años, no le hace sombra a un pibe que no llegó a los 20 y exhibe con orgullo su bandera militante en una plaza del pueblo.
Tocará reflexionar, rearmarse, delinear colectivamente las mejores acciones para la vuelta, y con plena conciencia de quien es quien en este juego complejo. La disyuntiva es la misma, hoy como ayer: o gobierna un proyecto del pueblo para el pueblo, o gobierna una minoría para la minoría.
El autor es Abogado Laboralista